Es uno de los machacones temas de la manosfera en los últimos tiempos. Se habla de ello en Twitter, desarrollan sesudos podcast en los que se dan la razón entre ellos al respecto y lo arrojan a la cara de cualquier mujer que levante un poquito la voz acerca de los derechos de las mujeres. Hablo, por si aún no lo habéis adivinado, de la epidemia de soledad masculina que atormenta a los hombres a lo largo y ancho del mundo, señores majísimos, bellísimas personas según ellos que se ven condenados a la perpetua soltería por culpa de las tías, que es que hay que ver lo buenas que están y lo malas que son, que sólo se fijan en los malotes de macizos músculos y abultadas carteras y no en ellos, humildes caballeros de camiseta con complejo de dálmata y calzoncillo forzosamente ventilado, quienes sólo buscan una mujer normalita, ya se sabe, que les quiera y les cuide y les atienda y a ser posible no dé mucho por saco y, por supuesto, que esté lo más buena posible. Y todo ha ido a peor desd...
Las golondrinas han dejado paso a los murciélagos en su tarea de limpiar el aire de mosquitos. El sol colorea levemente el horizonte, dejando el cielo surcado de nubes plomizas y añil, y el silencio es roto tan sólo por los ladridos de los perros de las parcelas. Mis pies susurran sobre la tierra del camino mientras Zarza jadea y olfatea un campo cercano, alterando el descanso de insectos y aves. No queda nadie, salvo algunos rezagados recogiéndose de sus parcelas en grandes coches , resignados a la vuelta a las labores del lunes que se acerca. "No vayas por el camino, que va a oscurecer en breves y ya no queda nadie". "Pues mejor", me digo, "donde nadie hay, nadie puede amenazarme".