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Y la epidemia de soledad femenina, qué

 Es uno de los machacones temas de la manosfera en los últimos tiempos. Se habla de ello en Twitter, desarrollan sesudos podcast en los que se dan la razón entre ellos al respecto y lo arrojan a la cara de cualquier mujer que levante un poquito la voz acerca de los derechos de las mujeres. Hablo, por si aún no lo habéis adivinado, de la epidemia de soledad masculina que atormenta a los hombres a lo largo y ancho del mundo, señores majísimos, bellísimas personas según ellos que se ven condenados a la perpetua soltería por culpa de las tías, que es que hay que ver lo buenas que están y lo malas que son, que sólo se fijan en los malotes de macizos músculos y abultadas carteras y no en ellos, humildes caballeros de camiseta con complejo de dálmata y calzoncillo forzosamente ventilado, quienes sólo buscan una mujer normalita, ya se sabe, que les quiera y les cuide y les atienda y a ser posible no dé mucho por saco y, por supuesto, que esté lo más buena posible. Y todo ha ido a peor desd...

Atardecer de verano

Las golondrinas han dejado paso a los murciélagos en su tarea de limpiar el aire de mosquitos. El sol colorea levemente el horizonte, dejando el cielo surcado de nubes plomizas y añil, y el silencio es roto tan sólo por los ladridos de los perros de las parcelas. Mis pies susurran sobre la tierra del camino mientras Zarza jadea y olfatea un campo cercano, alterando el descanso de insectos y aves. No queda nadie, salvo algunos rezagados recogiéndose de sus parcelas en grandes coches , resignados a la vuelta a las labores del lunes que se acerca.  "No vayas por el camino, que va a oscurecer en breves y ya no queda nadie".  "Pues mejor", me digo, "donde nadie hay, nadie puede amenazarme".

Una década más.

Tal vez sea demasiado pronto aún para decirlo, pero puede que esta haya sido la década más turbulenta de mi vida. Mañana cumplo 30 años y de acuerdo, tengo aún toda la vida por delante, nunca se sabe con qué le puede sorprender a una la vida, pero quizás sea esa la primera enseñanza que deba agradecer cuando mañana sople las velas: la vida puede cambiarte de un momento a otro, sin buscarlo ni esperarlo, normalmente más para mal que para bien. Y es que en esta década he llorado, me he frustrado, me he sobrecargado y he perdido (he perdido lo indecible, lo incontable), pero también he ganado mucho, especialmente aprendizaje; he aprendido a determinar qué es lo que quiero, pero sobretodo qué es lo que no quiero. He aprendido que para morirse sólo hace falta estar vivo y que no tiene sentido vivir con miedo, lo cuál no quiere decir que no se deba obrar con cierta prudencia. He aprendido también que debemos buscar los buenos momentos, pues los malos vienen solos, sin necesidad de que nadie ...