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Y la epidemia de soledad femenina, qué

 Es uno de los machacones temas de la manosfera en los últimos tiempos. Se habla de ello en Twitter, desarrollan sesudos podcast en los que se dan la razón entre ellos al respecto y lo arrojan a la cara de cualquier mujer que levante un poquito la voz acerca de los derechos de las mujeres. Hablo, por si aún no lo habéis adivinado, de la epidemia de soledad masculina que atormenta a los hombres a lo largo y ancho del mundo, señores majísimos, bellísimas personas según ellos que se ven condenados a la perpetua soltería por culpa de las tías, que es que hay que ver lo buenas que están y lo malas que son, que sólo se fijan en los malotes de macizos músculos y abultadas carteras y no en ellos, humildes caballeros de camiseta con complejo de dálmata y calzoncillo forzosamente ventilado, quienes sólo buscan una mujer normalita, ya se sabe, que les quiera y les cuide y les atienda y a ser posible no dé mucho por saco y, por supuesto, que esté lo más buena posible. Y todo ha ido a peor desde que se las permite abrir la boca, salir de la cocina y ganar su propio dinero, es que hay que ver, nada más que trabas les ponen.

Pero para hablar de señores ya están ellos, yo vengo a hablar de nuestras cosas, y sí, vengo a hablar de algo que no es tan nuevo ni tan moderno: yo vengo a hablar de la epidemia de soledad femenina que nos lleva aquejando a lo largo de generaciones y generaciones. Porque no niego que pueda ser duro el no tener a nadie, pero más duro es estar rodeada de gente y que nadie te vea. 

Para desarrollar este tema se me hace necesario, como buena millenial que soy, hacer una referencia a los Simpson: hay una escena, no recuerdo ahora mismo en qué capítulo, en la que Lisa le menciona a Bart el momento en que descubrieron que su madre iba a llorar a la biblioteca, y Bart responde: ''sí, ahora llora en silencio como una madre normal''. Habrá a quien no le suene la escena en cuestión, pero yo la llevo grabada a fuego porque, como tantas otras escenas de los Simpson, creo que refleja una problemática clave y ampliamente extendida en la sociedad: la de la mujer que se calla, renuncia a sus proyectos y sueños, se traga sus demandas y llora en silencio, todo por el bien de la unidad familiar. Durante siglos ha sido la renuncia de las mujeres la que ha sostenido los hogares, y pobre de la que se saliera del tiesto y se la ocurriera abrir la boca. Al contrario de lo que ocurre con los hombres, a día de hoy aún tenemos asumido que la mujer que elige casarse y ser madre pierde, desde el mismo momento en el que da esos pasos, su derecho a la individualidad y su identidad propia, pasando a ser ''esposa de'' o ''mamá de'' en lugar de seguir siendo ''Fulanita de Tal''. Nuestra existencia queda relegada a lo doméstico, cargando con ello aun cuando mantengamos el trabajo fuera de casa y lidiando abnegadamente con la carga mental que supone responsabilizarse de la casa, de todo lo relacionado con los niños, de todo lo relativo a la gestión emocional de la pareja y reduciendo poquito a poco y cada vez más en favor de la familia nuestro espacio propio. Y ni siquiera se puede decir que no se nos escuche, porque con demasiada frecuencia renunciamos incluso a abrir la boca, nos encerramos en nuestra campana de cristal y sólo en ella nos permitimos llorar, gritar y dolernos, tratando de molestar lo menos posible.

Hasta que la campana de cristal estalla y nos hacemos oír. Y entonces es que por qué no lo hemos dicho antes, es que cómo iban a saber ellos que a lo mejor tenemos una ilusión, o una idea, o un proyecto, o que estamos cansadas o estresadas. Cómo van ellos a darse cuenta de lo atrás que nos mantenemos con tal de que la familia, la sagrada familia, avance y se mantenga unida, cómo van a notar que somos seres humanos complejos y únicos si durante años, durante siglos, nos hemos encargado en silencio de que la rueda gire, de que todo funcione, de que las cosas sean como siempre han sido y como tienen que ser.

Y hay veces que no, pero hay veces que ocurre, la mujer lleva a la realidad esa mítica frase de madre: coge la puerta y se va, y con esa acción deja de aguantar (cómo odio ese maldito verbo), rompe con la cadena de ser ''Esposa de'' y ''Madre de'' y recupera su individualidad, volviendo a ser ''Fulanita de Tal'' con ideas, sentimientos, proyectos e ilusiones. Podría parecer un final feliz, pero, ¡ay, amigas! aquí somos mujeres reales, y en la vida real, los finales felices no existen. ¿Realmente creías que hoy, en 2025, una mujer puede salirse del tiesto y elegirse a ella misma? ¡Qué equivocada estás! Obviamente pasarás a ser la ex loca, o la bruja esa, o la mala madre que
no deja a su padre ver a sus hijos, o peor aún, la madre que, debiendo elegir entre sus hijos y ella, se elige a sí misma porque no puede (ni quiere) más. Da igual todo lo que hayas hecho en el pasado, todas las cosas a las que hayas renunciado, da igual las oportunidades que hayas dado a tu familia y a tus hijos de seguir formando parte de tu vida; si te eliges a ti misma es más que probable que tus amistades te den de lado, que tu propia familia te lo eche en cara y que te veas conociendo un nuevo tipo de soledad, distinto de la soledad que habías conocido antes pero igualmente doloroso, aunque en esta ocasión al menos te dé la oportunidad de conocer a la persona más importante de tu vida. 

Visto todo esto es normal y lógico que, en una sociedad en la que por fin las mujeres pueden elegir qué hacer con su vida, cada vez más opten por la soltería, o, en su defecto, que busquen como pareja a un adulto funcional con una capacidad comunicativa básica en lugar de resignarse a una vida de solitaria abnegación, por mucho que esto haga llorar y patalear sobre conceptos inventados a una pandilla de ridículos hombres-niño que prefieren quejarse en redes sociales antes que hacer un poquito de autocrítica y tratar de mejorar como personas, lo justo al menos para no necesitar que su pareja les tire a la basura los calzoncillos rotos o les lave los lamparones de Doritos de la camiseta.




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