Las golondrinas han dejado paso a los murciélagos en su tarea de limpiar el aire de mosquitos.
El sol colorea levemente el horizonte, dejando el cielo surcado de nubes plomizas y añil, y el silencio es roto tan sólo por los ladridos de los perros de las parcelas.
Mis pies susurran sobre la tierra del camino mientras Zarza jadea y olfatea un campo cercano, alterando el descanso de insectos y aves.
No queda nadie, salvo algunos rezagados recogiéndose de sus parcelas en grandes coches , resignados a la vuelta a las labores del lunes que se acerca.
"No vayas por el camino, que va a oscurecer en breves y ya no queda nadie".
"Pues mejor", me digo, "donde nadie hay, nadie puede amenazarme".

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