Últimamente no puedo evitar pensar que mi vida y la de mi familia bien daría para una película, una de esas pelis dramáticas y lacrimógenas de final abierto protagonizadas por actores cuya emotiva interpretación podría valerles un Oscar. Y es que mi historia no tiene nada que envidiarle a títulos como ''En busca de la felicidad'' o ''Un pedacito de cielo'': la historia de una familia de clase obrera que lucha contra viento y marea en un sinfín de frentes entre los que destaca la enfermedad, la pobreza, los dramas personales o la salud mental, aderezado todo con vertiginosos giros de guión en los momentos en los que piensas que las cosas no pueden ir a peor. ¿Tendría un final feliz o uno trágico? ¿O quizás, mejor, un final abierto? Claro, que una se plantea estas cosas hasta que sale a la calle y habla con una o dos personas, y se encuentra con que cuando creía estar a punto de ganar el premio a campeona mundial del sufrimiento, cuando creía que sus dramas personales eran merecedores de seis Oscars por lo menos, le salen competidores que hacen peligrar su gran salto a las carteleras y las alfombras rojas, pues no es la única cuya vida está atravesada por la enfermedad y la violencia, por el dolor en el cuerpo y en el alma, por la paralización de los sueños y la aniquilación de las esperanzas. Pero sobretodo por la pobreza, por la puta pobreza.
Y es que dirán lo que quieran, que el dinero no da la felicidad y que los ricos también lloran (pero nos da igual), pero lo cierto es que la vida es menos dramática cuando la comida en la mesa y el techo bajo el que guarecerse no son una fuente constante de preocupación, sino algo seguro, así como el acceso a la salud en todas sus formas. Poder dejar a tu maltratador porque no dependes de él para sacar adelante a tus hijos no da premios al mejor guión original, pero salva vidas. Porque duele estar rodeada de grandes historias, duele ser la protagonista de un drama, y si como escritora llego a pensar ''joder, la de libros y guiones que podría escribir sobre esto que vivo, sobre esto que me cuenta mi amiga, sobre esto que le ha pasado a mi amigo'', la verdad es que preferiría mil veces no tener tanto sobre lo que reflexionar y escribir. Es más, antes soñaba con vivir aventuras y contarlas en mis libros, pero he llegado a un punto en el que tan sólo pido una vida tranquila, sin sobresaltos, una vida en la que yo esté bien, mi familia esté bien y mis amigas estén bien. Una vida que no sea digna de películas tristes ni de libros dramáticos, una vida sobre la que ni siquiera valga la pena escribir.
Lo peor de todo esto es saber que la gente tiene muy claro quiénes son las víctimas y quiénes los villanos cuando lo ve en la gran pantalla, todo el mundo empatiza con el protagonista cuando lo interpreta alguien normativo, famoso y asquerosamente rico, pero por lo que sea esas mismas personas que salen del cine secándose las lágrimas y sonándose los mocos no lo tienen tan claro cuando a quien desahucian es a su vecina del 5º, cuando la que denuncia a su pareja por violencia de género es la mujer de ese compi del curro tan majo y agradable o cuando la chica inmigrante que sobrevive limpiando casas se queda embarazada de un padre desconocido. Tal vez habría que escribir y llevar al cine todas y cada una de esas miles de vidas de película que nos rodean para que fuéramos un poquito más empáticos y amables. O quizás, y sólo quizás, estaría bien mirar menos las pantallas y más el mundo que nos rodea, el aquí y el ahora.
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