Hoy, como casi todos los domingos, he amanecido con ganas de dar una vuelta y de disfrutar del dudoso obsequio que estamos recibiendo en este Octubre atípicamente caluroso; pasear por la zona del río, tomar un vermú con mi pareja y algún amigo, ya sabéis, el tipo de placeres sencillos que hacen de las vidas precarias algo digno de ser vividas. A veces pienso que qué suerte tener tan poco y valorar las cosas simples y temo (aunque no mucho) llegar a ser rica un día y volverme gilipollas.
Sin embargo, a lo largo del día mis ánimos han ido bajando considerablemente, y lo cierto es que viendo el panorama mundial que se nos presenta creo que no es para menos: estamos asistiendo a un genocidio con la connivencia mal disimulada de los organismos internacionales. La UE anunció que iba a retirar las ayudas a Palestina tras el ataque de Hamás contra Israel para recular después por la presión de algunos de sus miembros, entre ellos España. Josep Borrell, en su papel de Alto representante de la Unión Europea para la política exterior, ha señalado con no poca lucidez lo que debería ser obvio: la organización de Hamás no comprende ni representa a la totalidad del pueblo palestino, quienes por otro lado ya bastante tienen con los ataques que Israel lleva perpetrando contra ellos durante años mientras el mundo entero mira para otro lado. No es que sea yo experta en política internacional ni nada por el estilo, pero no deja de ser llamativo como a nadie parece haberle cabido ninguna duda de que lo que ha hecho Rusia con Ucrania ha sido una invasión, pese a ser ambos bandos estados con su correspondiente ejército y capacidad militar, mientras que la invasión y el asedio de Israel contra Palestina se vende como un conflicto entre dos partes iguales, incluso presentando a Palestina como el atacante y a Israel como un territorio que se defiende legítimamente.
Si nos vamos a otra parte del mundo, concretamente a Australia, nos encontramos con una noticia que ha pasado desapercibida, pero que no por ello está exenta de amargura: el 61% de la población ha votado ''no'' en el referéndum celebrado para proponer una reforma constitucional que reconociese los derechos de los habitantes originales del país, reconociendo las poblaciones aborígenes en la constitución y reparando parte del daño causado por el colonialismo a las mismas. Según expresan grupos de defensa de los aborígenes,“ahora es el momento de guardar silencio, lamentarnos y reflexionar profundamente sobre las consecuencias de este resultado”. "La verdad es que ofrecimos este reconocimiento y fue rechazado. Ahora sabemos dónde estamos en nuestro propio país", añade el texto, antes de pedir una "semana de silencio" para llorar y reflexionar.
Visto lo visto, a cualquiera le quedan ganas de hacer algo más que aovillarse en la cama, abrazarse las rodillas y echarse a llorar mientras trata de abstraerse del hecho de que el mundo se va a la mierda y de que a este paso podríamos apostar a que acabaremos matándonos entre nosotros. Es aterrador cuanto menos darse cuenta de cómo cualquiera de tus vecinos sería capaz no ya de venderte, sino de ponerte la zancadilla con tal de sentirse por encima en algo aunque en todos los demás aspectos esté tan jodido como tú.
De todos modos, de nada sirve lamentarse ni hacerse un ovillo, aunque supongo que es lo que tiene ser consciente de que la vida puede cambiar de un momento a otro: igual que se disfruta más de las cosas más sencillas, se empatiza más fácilmente con el dolor y la pérdida ajenos, aunque se trate de personas desconocidas a miles de kilómetros de distancia. Al final qué nos queda a los pobres salvo el vermú del domingo cuando se puede, el tiempo compartido con los nuestros y el sentimiento de hermandad en la tragedia.
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