Tal vez sea demasiado pronto aún para decirlo, pero puede que esta haya sido la década más turbulenta de mi vida. Mañana cumplo 30 años y de acuerdo, tengo aún toda la vida por delante, nunca se sabe con qué le puede sorprender a una la vida, pero quizás sea esa la primera enseñanza que deba agradecer cuando mañana sople las velas: la vida puede cambiarte de un momento a otro, sin buscarlo ni esperarlo, normalmente más para mal que para bien. Y es que en esta década he llorado, me he frustrado, me he sobrecargado y he perdido (he perdido lo indecible, lo incontable), pero también he ganado mucho, especialmente aprendizaje; he aprendido a determinar qué es lo que quiero, pero sobretodo qué es lo que no quiero. He aprendido que para morirse sólo hace falta estar vivo y que no tiene sentido vivir con miedo, lo cuál no quiere decir que no se deba obrar con cierta prudencia. He aprendido también que debemos buscar los buenos momentos, pues los malos vienen solos, sin necesidad de que nadie ...
Últimamente no puedo evitar pensar que mi vida y la de mi familia bien daría para una película, una de esas pelis dramáticas y lacrimógenas de final abierto protagonizadas por actores cuya emotiva interpretación podría valerles un Oscar. Y es que mi historia no tiene nada que envidiarle a títulos como ''En busca de la felicidad'' o ''Un pedacito de cielo'': la historia de una familia de clase obrera que lucha contra viento y marea en un sinfín de frentes entre los que destaca la enfermedad, la pobreza, los dramas personales o la salud mental, aderezado todo con vertiginosos giros de guión en los momentos en los que piensas que las cosas no pueden ir a peor. ¿Tendría un final feliz o uno trágico? ¿O quizás, mejor, un final abierto? Claro, que una se plantea estas cosas hasta que sale a la calle y habla con una o dos personas, y se encuentra con que cuando creía estar a punto de ganar el premio a campeona mundial del sufrimiento, cuando creía que sus drama...