No tengo claro a qué edad empecé a escribir poesía. Probablemente el momento clave fuese cuando a los diez años, Joaquín Benito de Lucas, en la primera lectura de poemas en la que participé, me dijo que esperaba que algún día nos juntásemos a leer poesía compuesta por mí. Por desgracia, ya es demasiado tarde para compartir ese placer con él.
Sí que tengo claro, sin embargo, que la poesía me ha acompañado a lo largo de toda mi vida, desde que mi madre empezase a enseñarme a leer en su desvencijado ejemplar de ``Campos de Castilla´´, de Antonio Machado. Primero como lectora, encontrando siempre en la poesía respuesta a mis adolescentes preguntas, refugio en las tempestades que me asolaban de cuando en cuando, consuelo a las tristezas que devoraban mi alma, y cómo no, libertad en los paisajes descritos en las páginas de los libros que caían en mis manos.
Después, como escritora, la poesía ha sido el canal que me ha permitido profundizar en mí misma, dando rienda suelta a los sentimientos que pugnaban por escapar de mi pecho, el cepillo con el que he desenredado las marañas que se formaban en mi mente. Ha sido el lienzo en el que he plasmado mis inquietudes, esperanzas, temores y anhelos, quedando guardados entre papeles sueltos, notas del móvil y márgenes de cuadernos.
Hasta ahora, o mejor dicho, hasta hace muy poco tiempo, no me había planteado recopilar todas esas poesías, revisarlas y darlas a conocer, darme a conocer, en buena parte, a mí misma, supongo que porque al fin y al cabo, quienes escribimos poesía plasmamos en ella nuestro lado más vulnerable, y lo cierto es que mostrarlo da al principio un poco de miedo.
Este breve poemario, Escribir viviendo en el intento, es justamente eso: una faceta vulnerable, un intento de respuesta a mis propias dudas, un canto a la alegría de las pequeñas cosas y un abrazo a todas esas emociones que, no por ser las menos deseables, son menos necesarias. Una oda, en definitiva, a todo aquello que nos hace ser quienes somos.
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